lunes, 26 de enero de 2015

Paseaba por el mercado de antigüedades de San Telmo, ansiando encontrarme una persona de mi pasado. Soy una romántica, y una ilusa. Salí de ahí buscando dónde almorzar. Entré en un restaurante desprovisto de nombre, o nunca lo vi. Lo que me atrajo fue la fachada antigua del exterior, yo caminaba por la vereda de en frente. Yo no elijo los lugares, los lugares me eligen a mí. En cuanto a los bares y restaurantes, me gustan con menos tecnologías y más historias para contar. No es que sea una histérica para elegir lugares (sí lo soy), pero los prefiero con el aroma a perdido en el tiempo, que albergue nostalgia, que te invite a pasar no importa cómo seas/quién seas/qué tan solo estés.
Ya adentro, se dejaba escuchar una radio de tango. Sabía que era mi lugar definitivamente. No había nadie comiendo, solo dos señoras en una mesa que llevaban las cuentas del local. Me senté y ordené la comida. Almorcé mirando por la ventana, el ajetreo del laburante, el paso apresurado bajo el choque de paraguas, cómo la gente se apiñaba para subir a los bondis. Tenía un mal día. Afuera seguía lloviendo copiosamente. Al rato percibí una nueva presencia en la mesita contigua. Miré, y era la chica más linda que podría haber encontrado ese día, esa semana, y no sé por qué cuánto tiempo más. Ella también estaba sola. Se pidió unos ravioles, y un vino. No, no tomó agua, ni gaseosa ni nada de eso. Se pidió un vino. Y no aparentaba pasar los 25 años. Estaba desarreglada, tenía un acento extranjero, y nunca dejó de leer el libro que llevaba. Su plan era leer almorzando en un lugar así de solitario. Ella era una romántica, y yo una ilusa. Me enamoré. Y perdí el apetito. Pero me arregló el día. Afortunadamente existen chicas así, que la vida se encarga de esconderlas estratégicamente para que nunca las encuentre. Me dieron ganas de invitarle el vino, de preguntarle por cuál página iba, qué es lo primero que hace al despertar y en qué piensa al irse a dormir. Pensé en mil cosas para entablar una charla, pero me abstuve. Así se sugestiona la persona tímida. Seguro que ella buscaba estar sola.  A medida que ella avanza sus hojas, incrementa mis ganas de conocerla. No llegues al final del libro, porque podría perderte, y perderme. Si volviera la semana que viene, mismo día, mismo horario, ¿estará ella? Soy una ilusa, y una soñadora. Pero me gusta soñar.


Anoche (texto escrito en diferentes días) pasé por aquel lugar. Fue inconsciente. El destino te hace caminar sin las coordenadas preestablecidas. Reconocí el bar cuando pasaba frente a una de sus ventanas abiertas de par en par, permitiendo a todo aquel que deambulaba por la vereda sentirse parte del festín. Estaba atestado de gente, y el alboroto que desbordaba para la calle. Las viejas ya no estaban, ni la vieja que se había sentado en mi mesa para cobrarme y preguntarme si el precio me parecía correcto. El cocinero era otro, y eran más. ¿Era éste el mismo lugar? Ese que compartí de manera tácita un viernes lluvioso por la tarde, con una desconocida, con un vino, un libro, la incompatibilidad del trajín del mundo exterior con nuestro almuerzo tranquilo en el interior del bar. Me quedo con la intriga de saber qué tanto faltaba para el final de su libro, qué tanto para el mío.  



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